Si algo caracterizó la década de finales de los 80 fue la aparición del vídeo y el aumento de los canales en la televisión, que hizo que el cine empezase a perder el interés que había tenido hasta entonces.
Las
productoras tuvieron que empezar a adaptarse a otros nuevos géneros entre los
que destacaban los efectos especiales y fue así como muchos directores de culto
empezaron a crear cine más comercial.
Fincher o Tarantino
crearían a principios de los años 90 algunos de sus mejores films, un ejemplo
en el caso del segundo sería su aclamada Pulp
Fiction (1994), elegida la mejor película del director hasta la fecha.
También
Europa nos dio grandes películas como El
Último Emperador (1987) de Bertolucci
o, en el caso de España, Belle Epoque
(1991), con la que Trueba ganaría
nuestro segundo Oscar.
A
partir del año 95 lo más destacable en Hollywood
fue que algunos actores se convirtieron en productores y/o directores, haciendo
un trabajo más laborioso pero también más reconocido. Es el caso de Mel Gibson con la impresionante en
todos los sentidos BraveHeart (1995),
Tim Robbins, Pena de Muerte (1995) o Tom
Hanks con The Wonders (1996).
Pero
una película sería reconocida por ser la película por antonomasia de los años 90.
Titanic (1997). Y es que James Cameron consiguió traspasar la
barrera de los efectos especiales con esta maravilla e inició así el camino de
salida para lo que se nos vendría a partir de entonces.
Matrix (1999) de los Hermanos Wachowski también resultó decisiva para el avance de los
efectos especiales digitales en el cine, pues introdujo progresos audiovisuales
hasta entonces casi desconocidos o poco utilizados.
Europa
siguió su ascenso, ahora ya no sólo en guion sino que empezó a abrirse al
mercado internacional gracias a los efectos especiales.
Luc Besson, ya conocido por Nikita, dura de matar (1989), se abrió al mercado internacional
gracias a El Quinto Elemento (1997),
una película futurista con actores muy conocidos en Hollywood y con unos llamativos efectos especiales.
Pero
sin duda, la gran sorpresa europea sería el Dogma 95, un movimiento danés creado con motivo del centenario
de la invención del cine en el que se recogía un manifiesto para crear un
cine alejado de los arquetipos hasta entonces vistos.
Algunos
de sus ‘mandamientos’ serían rodar la película cámara en mano, a color, en
localizaciones reales, prohibición de todo tipo de filtro y efecto óptico o un
formato de 35 mm.
Lo que
estos directores, entre los que se encontraba Lars Von Trier, Los Idiotas
(1998) o Bailando en la Oscuridad
(2000), intentaban dejar claro que un buen cine no tenía por qué ir ligado a un
alto presupuesto o unos efectos especiales espectaculares.
En
España, un viejo conocido de la movida madrileña, Pedro Almodóvar, ganó su primer Oscar de la Academia con Todo sobre mi Madre (1999), una película
que seguía su línea aperturista y hablaba sin tapujos de la homosexualidad y el
travestismo, así como del cáncer.
La gran
revelación española de la década, sin duda sería Alejandro Amenábar que, con su Tesis (1996), se metió a la crítica en el
bolsillo y empezó a dar pasos de gigante que terminarían con el Oscar en 2005
por Mar Adentro.
Este mes, os queremos recomendar los que son, en nuestra opinión, dos películas
que retratan el fenómeno del cine entre 1996 y 2005.
La
primera, es la ya nombrada Bailando en la
Oscuridad de Lars Von Trier. Un
film dogma lleno de encanto que tiene desgarradora BSO de la cantante islandesa
Björk, protagonista principal.
Y en
contraste hablaremos de Titanic,
película del visionario James Cameron
que todos conocemos, con un guion mediocre pero unos efectos especiales hasta
entonces nunca vistos.
Esperamos
que las disfrutéis.